miércoles, 3 de diciembre de 2008

EUGENIA

Polvo de arena
se levanta en mi desierto,
oscureciendo
el horizonte de mi memoria.

Y me arranco los brazos
para haceros daño,
y me extirpo el sentido del humor
en un quirófano.

Una forma artística de odiar.

Las flores grises,
tu mundo dormido,
nuestras huellas borradas.

Un sonajero de muerte
que anuncia mis melodías,
los ecuadores violados
de mi existencia.

Hoy llueven abejas muertas,
quiebran sus minas de oro,
la primavera nos huye
en abril apostatado.

Las moscas se extinguen.

Pequeños féretros de foca
oscurecen la nieve,
entregadas,
dormidas.

Encuentro las preguntas
evocadoras,
como niñas pequeñas
que descubren su silencio.

Tú, cocodrilo sin alma
que llorando
masticas mi carne vencida,
hoy tras la noche he olido tu rostro,
ácido aroma de muerte, color unánime,
esencia sin pigmento.

Perro que huye escupiendo sus dientes,
la vida es sólo un obstáculo.

Me decepciona la muerte
como una fiesta sorpresa ...
... y busco una vela
para calentar el océano.

El río me deja siempre en la orilla.

Los caballos se hunden
en los pantanos,
sus gritos ahogan
nuestro vacío.

... y todavía me acuerdo de ti.



Cesc Fortuny i Fabré

3 comentarios:

Marian Raméntol dijo...

Hay fantasmas que tienen su propio universo, y que no nos abandonan nunca.

Genial ese desesperado recuerdo.

Marian

TrasTera dijo...

Y parece doloroso el recuerdo, evocador tu poema, fascinantes las imágenes... esos caballos me hacen daño.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Sí, es extremadamente doloroso a veces, pero siempre me resulta imprescindible.
No quisiera desprenderme de su recuerdo, al menos no de eso.
La memoria es una trampa, un falso espejo que condiciona el presente. Una rara telaraña de la mente que compone la melodía de un mundo que se pretende pasado.
Gracias a las dos.