Salí corriendo con los ojos vendados por una cascada de mis propias lágrimas, cuando tropecé en una retorcida raiz que me hizo caer al suelo sin sentido, pero soñando.
Mi sueño me devolvió al útero de la tierra, desnudo y ennegrecido por el barro rojizo. El blanco de las piedras calizas y el negro azulado de las vetas del carbón me revolucionaron dando energía y calor a mi cuerpo, que poco a poco entendí por qué un árbol en otoño me había puesto la zancadilla.
Recuerdo al levantarme a unas personas azules y negruzcas que me dieron las manos, comprendiendo que en un pueblo hay más gente de la que pensamos que se unen para ayudarse entre sí y a los demás vecinos, entendiendose mutuamente.
Ester Serrano Burillo
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