Este verano a mi madre se le ocurrió comprar una torta de manzana, pero de las que están hechas con pan, y me puso en un pequeño dilema:
Yo no sabía si merendar o no merendar. La cuestión, ¿se puede uno resistir a semejante delicia culinaria?
Sólo con el olor de la manzana unida al pan y al azúcar por el fuego del horno, se te hace la boca agua, por lo que acabé cogiendo un trozo.
¡Qué delicia, Dios mío! Se deshacía en la boca, con su sabor a otros tiempos, otras meriendas de agosto con tortos con nocilla y mostachones mojados en la leche del desayuno.
No saben lo que se pierden los niños de hoy en día, comiendo bollería industrial, teniendo estas delicias básicas en la puerta de casa. Pero siempre con moderación, porque lo mucho en demasía es malo.
Si en Zaragoza paso por un obrador de pan, no sé por qué siempre se me viene a la cabeza estos mismos deliciosos sabores.
Ester Serrano Burillo.
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