Cuando nacemos todas las personas tenemos una “profesión” destinada en este mundo, “La de set hermanos”. Por eso deberíamos estar orgullosos, sobre todo las mujeres.
Que… ¿por qué?... Muy sencillo. Ahí va la explicación.
¡Qué bonita está la niña de cabellos dorados! Cuando se haga mayor se casará con un buen mozo y tendrá hijos tan guapos como ella.
¡Ah!, por cierto, ¿cómo te llamas?
Esta conversación podría pertenecer al siglo pasado, pero no, porque la niña de cabellos rubios, antes de casarse o irse a vivir con su pareja, estudió en un colegio público donde conoció a un chaval. Juntos pasaron al instituto y él enseguida se puso a trabajar. Ella sacó una licenciatura, que más tarde se convirtió en cátedra.
Se preguntarán ustedes, ¿en qué profesión será catedrática la niña de los cabellos dorados, que se casó con aquel mozo y tuvieron tres hermosos hijos? Pues, más claro, ni las canas de su pelo que fue dorado: la orgullosa cátedra de ama de casa, de sí misma y de la sociedad.
Las mujeres siempre están trabajando.
¿Profesión?. Ama de casa , señora, mujer… ¡Te parece poco!
Una mujer puede ser un diamante. Pero ni se compra, ni se vende, sino que se da ella misma a los demás.
Madres, abuelas, niñas, jóvenes, se ponen a disposición de toda la sociedad, resolviendo los problemas del día a día como el mejor de los abogados. Remendando la salud de los suyos como el mejor de los cirujanos. Da igual de qué raza y clase social sea, si trabaja o no.
La mujer es el diamante primigenio salido de sus propias entrañas para sostener el mundo cotidiano de las pequeñas grandes cosas de la humanidad.
Una mujer puede ser un diamante, pero ni se compra, ni se vende, sino que se da ella misma a los demás.
María Ester Serrano Burillo
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