jueves, 3 de julio de 2008

EL AGUA POTABLE EN ARIÑO ( I )

Salvador Macipe Paricio, ingeniero y ariñero residente en Zaragoza, a quien se conoce entre nosotros por “el Salvador el Morel”, escribe un primer artículo sobre el agua potable en Ariño, dando su visión técnica, social y humana, de lo que supuso la primera elevación de agua, en la vida de los habitantes de Ariño.
Por tratarse de parte de la historia de nuestro pueblo y por la actualidad de las cuestiones relacionadas con el agua, puede considerarse un tema de interés cultural.

El abastecimiento de agua potable en Ariño ha tenido lugar en varias fases, que me propongo explicar. De momento me referiré a la primera, que a mi juicio es la más importante, porque significa el paso desde un sistema totalmente primitivo, al de utilización de la técnica de elevación del agua por medio de bombas hidraúlicas servidas por motores eléctricos, lo cual es un avance considerable.

Inicialmente, desde que se fundó el pueblo hasta el año 1928, los vecinos se proveían de agua como buenamente podían, y, dado que disponían de caballerías, éstas eran, generalmente, las destinadas también al acarreo del agua, utilizando cántaras para el transporte, y tinajas para el almacenamiento. Desde éstas se sacaba, para ser utilizada, con pucheros y otros recipientes más o menos adecuados.

Dada su dificultad de acopio, el consumo era también muy limitado, resintiéndose incluso hasta la higiene personal. Estas condiciones de disponibilidad de un bien tan fundamental como el agua, nos parecen ahora muy precarias; sin embargo, entonces las consideraban perfectamente normales, ya que no tenían elementos de comparación. También hay que decir, en contrapartida, que las aguas circulaban transparentes por ríos y manantiales, lo que no sucede en la actualidad.

Depósito regulador.

En 1928 se produjo un importantísimo cambio en la situación, con la puesta en servicio de un sistema de abastecimiento de agua, que consistía en la elevación de ésta, impulsada por una bomba con motor eléctrico, desde el río Ariño hasta un depósito regulador. Desde éste, era distribuída por medio de tuberías hasta dos fuentes con grifos de accionamiento manual, situadas en puntos del pueblo, elegidos de forma que los recorridos de acarreo para los usuarios fuesen mínimos.

Caseta para elevación del agua, en su estado actual.

La toma de agua era subterránea y estaba situada a unos cincuenta metros del puente “de las tres arcadas”, aguas arriba del río Ariño. El punto fue elegido de manera que la tubería de elevación y la zanja para enterrarla, tuvieran una longitud lo más pequeña posible. La instalación de bombeo quedaba protegida por una caseta de cemento muy bien construida, para resistir, llegado el caso, las fuertes avenidas del río. La acometida de corriente se proyectó en alta tensión; dentro de la caseta estaba el transformador, para rebajarla hasta la conveniente para alimentar al equipo de bombeo.

El depósito regulador se construyó en una era, cuya cota era mayor que las de ubicación de las fuentes. Se hizo también de cemento, armado con unos zunchos circulares, hechos con varillas de acero. Está muy bien construido, pero, a mi juicio, tenía el defecto evidente de haber dejado la superficie totalmente descubierta, lo cual, por ejemplo, permitía: a cualquier gamberrillo tirar piedras o cosas peores al interior; un fácil acceso para diversos animales; facilitar a las radiaciones solares la formación de algas; y todo ello era perjudicial para la potabilidad del agua. Este depósito se halla en la actualidad en buen estado de conservación, y me parece que sería conveniente que las autoridades locales volvieran la vista hacia él, para evitar los deterioros, e incluso para, imaginativamente, darle alguna utilidad. En cualquier caso se debe respetar, porque es de los pocos testimonios que van quedando de lo que sirvió a la comunidad durante muchos años, y de los modos de vida de ésta en una determinada época. El depósito está muy bien integrado en el paisaje, y en el cemento aparece grabado y enmarcado, lo siguiente:



Construido en Mayo 1928
Dirigido por
Don José Rivera

Siendo Alcalde del Ayuntamiento
D. Ramón Guillén contribuyendo
el pueblo en general
Constructor: R.GORBS DE ALCAÑIZ

Inscripción que aparece en el depósito regulador.

Del depósito regulador partía una tubería que luego se bifurcaba, para atender a las dos fuentes. Dicha tubería era de fundición, los empalmes se hacían por medio de platillos atornillados entre sí, y estaba bien proyectada e instalada, ya que pocas veces la vimos estropeada, después de funcionar durante muchos años.

Las fuentes estaban situadas: una en la replaceta que hay al lado del barrio Bajo yendo hacia el barrio de La Venta, y la otra en la plaza de La Cárcel, detrás del Ayuntamiento. Eran muy sencillas, atendiendo más a la función que al aspecto decorativo. Los alrededores de las mismas, cuando las calles eran de tierra, solían estar embarrados y allí acudían las avispas a beber, ya que hasta para ellas estaban lejos los ríos, si estaban avecindadas en la zona urbana.

Zona donde estaba instalada una de las fuentes.

El aprovechamiento del agua de las fuentes era total, ya que las aguas residuales se conducían por tuberías enterradas hasta sendos abrevaderos de las caballerías, lo cual facilitaba mucho a los vecinos, el trabajo de atender esta necesidad de los animales. A este respecto diré, que las caballerías, no viendo al agua limpia e inodora, y considerando a los abrevaderos como algo artificial y por tanto un poco inquietante, “se hacían de rogar”, si no tenían mucha sed, y entonces era preciso hacerles un poco de ambientación, silbando para imitar a los pájaros, y removiendo el agua en círculos. Estas maniobras eran muy eficaces, y por ello todo el mundo las practicábamos, casi siempre de una forma automática, sin pensar en nada de particular: ni en lo que pensarían las caballerías, ni en los reflejos de Paulow (aún ahora nos viene justo para saber lo que significan), ni en otra cosa que no fuera la relación causa efecto, es decir que haciendo aquellas maniobras los animales bebían antes que no haciéndolas.

Estos abrevaderos son parte de aquel sistema, y convendría que al menos alguno de ellos se conservase, por las mismas razones que las expuestas al referirme al depósito regulador. Especialmente el del Barrio Bajo tenía, además, una función social, ya que se utilizaba como lugar de cita y también de asiento en su bordillo, por las personas desocupadas que acudían a esta zona del pueblo, porque en ella había más ambiente. El sentarse en el borde del abrevadero era una práctica de cierta dificultad y, como además estaba redondeado, enseguida “te decían las nalgas” que cambiaras de postura; sin embargo había personas que podían permanecer sentados así bastante tiempo, incluso hasta varias horas, a base de ir modificando la forma de apoyarse.

En primer término, lugar donde estaba uno de los abrevaderos.

Todo este sistema de abastecimiento de agua solamente requería el trabajo de una persona, durante parte de su jornada laboral. Aquella persona, que también desarrollaba otros trabajos, tenía que ir a la caseta del río y conectar la bomba durante un tiempo, además de realizar las tareas de mantenimiento necesarias. Como su nombre era Joaquín y en el pueblo había varias personas con este nombre, fue inevitable que la gente le sacase un apodo, y pasaron a referirse a él, como el “Tío Aguasube”. En los pueblos los nombres y los apellidos se repiten y, por tanto, hay dificultades para determinar a las personas; así que se recurre, por pura necesidad, a los apodos, y si alguien se establece en el pueblo, y no tiene un nombre raro –en cuyo caso el nombre pasará a ser el apodo–, que sepa que, no tardando mucho tiempo, “disfrutará” de un apodo, y Dios quiera que sea “suave”, porque hay apodos de mucho cuidado, como todos sabemos.

Se me ocurren un par de observaciones más. La primera, que, según consta en el grabado del depósito, en la obra colaboró todo el pueblo, y “entre todos” es una ejemplar manera de hacer las cosas, si éstas son buenas. La segunda, que el Ayuntamiento no pasaba ningún recibo al cobro como contrapartida del beneficio que se había conseguido. ¡Aquello era austeridad y buen gobierno! Hay que tomar nota de ello, para obrar así siempre que sea posible.

Aquel fenomenal cambio en los equipamientos del pueblo hizo la vida más fácil a sus gentes sin efectos secundarios apreciables y, aunque la situación no quedó resuelta definitivamente, supuso un gran avance.

Como las obras humanas no son perfectas, al sistema se podían atribuir, a mi entender, los siguientes defectos: Uno de ellos, es el ya citado de la falta de protección del depósito. Otro, que la calidad del agua era regular, ya que estaba excesivamente mineralizada, y un tercero, que el agua no pasaría las mínimas exigencias de potabilidad actuales, tanto por el tipo de sustancias que debía llevar disueltas —a juzgar por su sabor—, como por sus características micro y macrobiológicas. De hecho, a veces se podían apreciar, a simple vista, pequeños gusanillos, como lombrices diminutas. De todos modos, las condiciones de potabilidad del agua en la situación anterior a la elevación no eran mejores, pues aunque el agua en épocas anteriores era, en principio algo mejor, eran tantas las manipulaciones y almacenajes a que se la sometía, que se descontrolaba la calidad, así que, con el cambio no se fue hacia peor calidad del agua, sino más bien al contrario, aparte de que ya el personal debía estar inmunizado a todo, siendo capaz de resistir a la mayor parte de los contaminantes biológicos de la zona. Lo que está fuera de toda duda es que la elevación, como hemos venido asegurando, supuso una gran mejora para los vecinos, sin tener los efectos secundarios negativos que con frecuencia aparecen, de forma imprevista, ante los cambios importantes que se realizan en los sistemas que llevan mucho tiempo establecidos. Así que en este caso el cambio resultó bien, por suerte para los vecinos —y vecinas— del pueblo de Ariño.

La parte folkórica del tema, es que el pueblo ganó en alegría y relación entre los jóvenes de ambos sexos, ya que las fuentes fueron un motivo para que las mozas, al atardecer, con sus cántaros y pozales, cruzaran por el pueblo, en muchos casos con el secreto deseo de ver, de reojo, al mozo que les “hacía tilín”, en “las cuatro esquinas”, o en “el adrillao”. Y para los mozos, ¿qué mejor imagen que la de “su chica”con el cántaro sobre la cabeza o al costado, antes de irse a casa al anochecer?

Salvador Macipe Paricio

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