Enrique Cavero, amigo de Gregorio, que es uno de los esforzados y generosos organizadores del acto de homenaje del día 20 de junio, dijo aquel día unas hermosas palabras llenas de emoción que trataron, a la vez, de relajar el ambiente lógicamente tenso de aquella circunstancia, y en buena parte lo consiguieron.
Llegan a Entabán distanciadas en fecha, pero el recuerdo de Gregorio no es flor de un día y estará presente durante mucho tiempo; por eso estas palabras de Enrique siguen siendo completamente actuales.
DEDICATORIA
La verdad es que este es un escrito vuelto del revés. Alguien, con exquisita oportunidad y sutileza, muy femenina, me hizo alguna observación sobre mis iniciales intenciones. Así que, ni corto ni perezoso le dí la vuelta como si fuera un calcetín.
Es verdad que este es un homenaje a Gregorio, merecido sin duda, y de él hablaré después. Pero antes, me parece oportuno dedicar unas palabras a su mujer, que también merece un homenaje, como lo merecen todas las muchas mujeres, prudentes y discretas, que permanecen a nuestro lado, a veces un tanto inadvertidas, pero están. Y es que sabes, Conchita, la mayoría de los hombres somos como los pavos reales, que necesitan cada poco mostrar el bello abanico de su cola para que se vea lo importantes que son. Pero después, cuando ésta desaparece, pues eso, se quedan como nosotros, en unos simples pavos. Y a los pavos se les cae el moco. Que al fin y al cabo uno va cumpliendo años y sabe de qué habla. Así que mi sincero reconocimiento a todas las conchitas de ayer y de hoy. Sobre las futuras no me pronuncio, que vienen los tiempos muy revueltos. Eso sí, no descarto que mi nieto, andando el tiempo se convierta en un miembro comunitario de pleno derecho, manifiestamente mejorable, pase a llamarse Mateo Bibiana y pueda dar a luz. Vaya usted a saber.
Y vamos contigo, Gregorio. Lo primero que deseo decir es que tu muerte y tu ejemplo ha hecho aflorar en todos nosotros, para fundir como en un crisol, valores tan admirables y necesarios como la buena voluntad, la gratitud, la solidaridad y el esfuerzo.Y añadiré que aunque te traté más tarde que muchos, fue suficiente para poder atestiguar que fuiste un hombre cabal y un aragonés de pura cepa. Recuerdo que en cierta ocasión te decía : Fíjate, Gregorio, los aragoneses somos demasiado individualistas ; nos cuesta unirnos, y eso nos cuesta muy caro. Hasta jota la bailamos separados. Y tu respuesta, con esa sorna baturra que te era tan propia, fue ¡ Yo me fijo siempre en la jotera ! Eras franco, directo, a veces brusco, pero noble siempre. Y conservador. Claro que todo el que tiene que conservar algo lo es. Por eso hay algunos que no dejan el puesto ni en un incendio. Además, a ti te apreciaban también los laboristas. Eras extremadamente generoso. Los primeros dineros, abundantes, eran siempre los tuyos, y eso también merece un reconocimiento. Creías, como yo, en el esfuerzo personal y en el mérito, y sabías muy bien que el pan no lo hacen de plástico. Y para terminar, tenías una bonita voz, cantabas bien, ( a mí me enseñaste algunas cosas y corregiste otras ) y tenías unos ojos azules preciosos. Y algo que no olvidaré : ya en tu lecho de muerte, tu mirada ; una mirada transcendente y plena, porque la mirada de un moribundo nunca es gratuíta. Con ella, sin duda, me decías adiós ; pero no un adiós definitivo, porque los amigos y los hombres como tú no mueren nunca. Basta con pensar en la hermosa frase escrita en la lápida que cubre tu nicho. Hasta siempre, Gregorio.
Llegan a Entabán distanciadas en fecha, pero el recuerdo de Gregorio no es flor de un día y estará presente durante mucho tiempo; por eso estas palabras de Enrique siguen siendo completamente actuales.
DEDICATORIA
La verdad es que este es un escrito vuelto del revés. Alguien, con exquisita oportunidad y sutileza, muy femenina, me hizo alguna observación sobre mis iniciales intenciones. Así que, ni corto ni perezoso le dí la vuelta como si fuera un calcetín.
Es verdad que este es un homenaje a Gregorio, merecido sin duda, y de él hablaré después. Pero antes, me parece oportuno dedicar unas palabras a su mujer, que también merece un homenaje, como lo merecen todas las muchas mujeres, prudentes y discretas, que permanecen a nuestro lado, a veces un tanto inadvertidas, pero están. Y es que sabes, Conchita, la mayoría de los hombres somos como los pavos reales, que necesitan cada poco mostrar el bello abanico de su cola para que se vea lo importantes que son. Pero después, cuando ésta desaparece, pues eso, se quedan como nosotros, en unos simples pavos. Y a los pavos se les cae el moco. Que al fin y al cabo uno va cumpliendo años y sabe de qué habla. Así que mi sincero reconocimiento a todas las conchitas de ayer y de hoy. Sobre las futuras no me pronuncio, que vienen los tiempos muy revueltos. Eso sí, no descarto que mi nieto, andando el tiempo se convierta en un miembro comunitario de pleno derecho, manifiestamente mejorable, pase a llamarse Mateo Bibiana y pueda dar a luz. Vaya usted a saber.
Y vamos contigo, Gregorio. Lo primero que deseo decir es que tu muerte y tu ejemplo ha hecho aflorar en todos nosotros, para fundir como en un crisol, valores tan admirables y necesarios como la buena voluntad, la gratitud, la solidaridad y el esfuerzo.Y añadiré que aunque te traté más tarde que muchos, fue suficiente para poder atestiguar que fuiste un hombre cabal y un aragonés de pura cepa. Recuerdo que en cierta ocasión te decía : Fíjate, Gregorio, los aragoneses somos demasiado individualistas ; nos cuesta unirnos, y eso nos cuesta muy caro. Hasta jota la bailamos separados. Y tu respuesta, con esa sorna baturra que te era tan propia, fue ¡ Yo me fijo siempre en la jotera ! Eras franco, directo, a veces brusco, pero noble siempre. Y conservador. Claro que todo el que tiene que conservar algo lo es. Por eso hay algunos que no dejan el puesto ni en un incendio. Además, a ti te apreciaban también los laboristas. Eras extremadamente generoso. Los primeros dineros, abundantes, eran siempre los tuyos, y eso también merece un reconocimiento. Creías, como yo, en el esfuerzo personal y en el mérito, y sabías muy bien que el pan no lo hacen de plástico. Y para terminar, tenías una bonita voz, cantabas bien, ( a mí me enseñaste algunas cosas y corregiste otras ) y tenías unos ojos azules preciosos. Y algo que no olvidaré : ya en tu lecho de muerte, tu mirada ; una mirada transcendente y plena, porque la mirada de un moribundo nunca es gratuíta. Con ella, sin duda, me decías adiós ; pero no un adiós definitivo, porque los amigos y los hombres como tú no mueren nunca. Basta con pensar en la hermosa frase escrita en la lápida que cubre tu nicho. Hasta siempre, Gregorio.
Enrique Cavero
Junio de 2010
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