sábado, 16 de febrero de 2008

El reloj del Ayuntamiento


En el Ayuntamiento hay dos relojes. Uno que es el que se encuentra en la parte superior de la fachada, que está conectado con las campanas de la torre de la iglesia que se encuentra al otro lado de la Plaza Mayor, gracias a Manolo Omedas y otro que está en el recibidor del Ayuntamiento, expuesto dentro de una urna de cristal con los bordes de madera. Los dos tienen en común que, con anterioridad a los arreglos realizados en la torre de la iglesia, cuando uno comenzó a funcionar el segundo dejó de hacerlo.
Era una madrugada fría en la mitad del otoño. Muchos vecinos, algunos ya despiertos, esperaban las seis campanadas para levantarse y comenzar la jornada con la recogida del azafrán. Cuando se hizo la hora el reloj de la torre de la iglesia comenzó a dar sus campanadas. Pero no fueron seis, ni se saben cuantas, porque no dejó de tocar.
No es la primera vez que daba de más o de menos toques de campana, pero esta sí que fue la última. Era el año 1927 y el alcalde Ramón Guillén, que hacía también de maestro en la escuela, encargó la compra de un nuevo reloj a Blasco Ibañez, importante casa de relojes de Tortosa.
Otra de las obras importantes que este alcalde realizó en el pueblo fue la construcción del primer depósito de agua, que abastecía a las fuentes y abrevaderos de la localidad.
- De pequeño – me comenta Aurelio – me acuerdo que jugábamos por los alrededores del depósito y si te asomabas podías ver el color verdoso del agua y los sapos y culebras que allí se criaban. Pero todo el pueblo bebía de aquella agua.
Fueron el tio Arturo, el herrero, y Aurelio Gea, carpintero y electricista nacido en Albalate, quienes se encargaron de ayudar al relojero para ubicar el reloj en el campanario de la torre de la iglesia. Con hierro y madera de castaño realizaron una caseta de madera y las piezas de transmisión necesarias para comunicar el engranaje del reloj con las campanas.
No fue fácil su colocación, teniendo que recortar los contrapesos de plomo y piedra que tenía y hasta hizo falta la imaginación para hacer pasar el cable de uno de los contrapesos por un cuello de botella de cristal para evitar un excesivo rozamiento en algunas partes de la estructura de la torre.
Era y ha sido un buen reloj, pero según dijo el relojero, era mejor el reloj que se llevaba, aquel reloj que en aquella fría mañana de otoño no paraba de tocar.

Mi agradecimiento a Simón Serrano y Aurelio Gea (hijo) por la información que me han dado.

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