Hace ya bastantes años que tomé la firme determinación de acabar viviendo en Ariño. Esta decisión supongo que estuvo motivada por varios factores. De una parte influyó el cariño con el que mi padre y mi abuela Pilar me hablaron siempre del pueblo y de otra mis vivencias de adolescente zaragozano pasando parte del verano en Ariño. Todo ello hizo que me crease una imagen idílica que concluyó en que este va a ser mi tercer Invierno como residente fijo en la localidad.
Llegado el momento de hacer balance sigo pensando que este es el mejor lugar que he podido elegir para poder fijar mi residencia. La gente de Ariño es, en general, generosa, amable, franca y acogedora, y al fin y al cabo la calidad de vida en un pueblo tiene mucho que ver con la calidad humana de sus gentes.
Evidentemente no todo es de color de rosa, y he percibido algo que de alguna forma enturbia la convivencia diaria. Nadie se sorprenderá si afirmo que existe en Ariño una división muy marcada en todos los ámbitos de la cotidianeidad. Esa división tiene un importante carácter político, pero yo creo que va más allá. Tenemos cierta tendencia a recelar de todo aquello que organicen los demás.
En Ariño existe un importante grado de asociacionismo (cofradías, amas de casa, tercera edad, fútbol-sala, repechorock, AMPA, rolde…) y eso que, en principio, es bueno, tengo la sensación que no acabamos de gestionarlo de manera adecuada.
Yo parto de la base de que desde las distintas asociaciones se organizan actividades con la mejor intención, sin otro ánimo que favorecer al pueblo en general. Unas veces se acertará más y otras veces menos, pero nadie trabaja en interés propio (quiero creer que esta idea se puede hacer extensible a los políticos de uno u otro bando). Si esta afirmación es cierta, pienso que todos deberíamos colaborar (o cuando menos participar) en todo aquello que se organice, independientemente si tal o cual acto lo gestionan unos u otros. El problema viene cuando en lugar de valorar el trabajo de los demás nos dedicamos a señalar de forma reiterada aquello que no nos ha gustado o que se podría mejorar.
La división política de la que he hablado al principio, se refleja en la tendencia que tenemos a encasillar a las asociaciones (y las personas) en tal o cual bando, valorando las actuaciones en función a mi afinidad política, más que en función al hecho en si. Percibo un poco la idea de que “el que no está conmigo está contra mí”, y eso en un pueblo pequeño me parece una lacra importantísima.
Dos personas tirando en la misma dirección tienen la fuerza de tres, mientras que en sentido opuesto se anulan las fuerzas.
Sería un importante ejercicio democrático el ser capaz de valorar las actuaciones (políticas o de las asociaciones) de forma objetiva, sin tener en cuenta quién, sino cómo se realiza.
Planteo lo siguiente: Valoremos las cosas que realiza gente afín a nuestra ideología como si lo hubiera hecho “la oposición”, y las cosas que realiza la oposición como si lo hubieran realizado nuestros afines. De forma que ni lo malo nos resultará tan horrible, ni lo bueno tan maravilloso.
En cualquier caso para no acabar este escrito con mal sabor de boca, (aún a riesgo de ser reiterativo) sigo pensando que Ariño es un sitio maravilloso en el que vivir y me empeño en creer que las voces que más se oyen (por sus decibelios, normalmente), no representan a la mayoría del pueblo. Pienso que somos muchos a los que nos cansa esa polarización de la vida en Ariño y Espero que entre todos seamos capaces de acabar poco a poco con esa dinámica.
Llegado el momento de hacer balance sigo pensando que este es el mejor lugar que he podido elegir para poder fijar mi residencia. La gente de Ariño es, en general, generosa, amable, franca y acogedora, y al fin y al cabo la calidad de vida en un pueblo tiene mucho que ver con la calidad humana de sus gentes.
Evidentemente no todo es de color de rosa, y he percibido algo que de alguna forma enturbia la convivencia diaria. Nadie se sorprenderá si afirmo que existe en Ariño una división muy marcada en todos los ámbitos de la cotidianeidad. Esa división tiene un importante carácter político, pero yo creo que va más allá. Tenemos cierta tendencia a recelar de todo aquello que organicen los demás.
En Ariño existe un importante grado de asociacionismo (cofradías, amas de casa, tercera edad, fútbol-sala, repechorock, AMPA, rolde…) y eso que, en principio, es bueno, tengo la sensación que no acabamos de gestionarlo de manera adecuada.
Yo parto de la base de que desde las distintas asociaciones se organizan actividades con la mejor intención, sin otro ánimo que favorecer al pueblo en general. Unas veces se acertará más y otras veces menos, pero nadie trabaja en interés propio (quiero creer que esta idea se puede hacer extensible a los políticos de uno u otro bando). Si esta afirmación es cierta, pienso que todos deberíamos colaborar (o cuando menos participar) en todo aquello que se organice, independientemente si tal o cual acto lo gestionan unos u otros. El problema viene cuando en lugar de valorar el trabajo de los demás nos dedicamos a señalar de forma reiterada aquello que no nos ha gustado o que se podría mejorar.
La división política de la que he hablado al principio, se refleja en la tendencia que tenemos a encasillar a las asociaciones (y las personas) en tal o cual bando, valorando las actuaciones en función a mi afinidad política, más que en función al hecho en si. Percibo un poco la idea de que “el que no está conmigo está contra mí”, y eso en un pueblo pequeño me parece una lacra importantísima.
Dos personas tirando en la misma dirección tienen la fuerza de tres, mientras que en sentido opuesto se anulan las fuerzas.
Sería un importante ejercicio democrático el ser capaz de valorar las actuaciones (políticas o de las asociaciones) de forma objetiva, sin tener en cuenta quién, sino cómo se realiza.
Planteo lo siguiente: Valoremos las cosas que realiza gente afín a nuestra ideología como si lo hubiera hecho “la oposición”, y las cosas que realiza la oposición como si lo hubieran realizado nuestros afines. De forma que ni lo malo nos resultará tan horrible, ni lo bueno tan maravilloso.
En cualquier caso para no acabar este escrito con mal sabor de boca, (aún a riesgo de ser reiterativo) sigo pensando que Ariño es un sitio maravilloso en el que vivir y me empeño en creer que las voces que más se oyen (por sus decibelios, normalmente), no representan a la mayoría del pueblo. Pienso que somos muchos a los que nos cansa esa polarización de la vida en Ariño y Espero que entre todos seamos capaces de acabar poco a poco con esa dinámica.
1 comentario:
Pues sí, tiene Usted toda la razón. Desde fuera, desde lejos, desde Barcelona (donde resido), la cosa se ve tal y como la describe. Cuando voy a Ariño y los familiares me cuentan esa horrible división, no puedo más que pensar que es una verdadera lástima.
Cuánto más grande (en todos los sentidos) sería Ariño si TODOS sus habitantes fueran a una... Desde aquí, esto no se comprende.
Esta división tiene un enorme coste de oportunidad para el pueblo. Se podrían hacer tantas y tantas cosas, planificar tantas actividades y políticas para el bien de pueblo y su desarrollo integral...
Seguramente, no lo sé a ciencia cierta, esa división más que política sea, en el fondo, personal, incluso rayando la mezquindad, en ocasiones.
Pero soy optimista y creo que las nuevas generaciones apostarán por un diálogo SIEMPRE constructivo.
Me alegra que Usted también juega a esa apuesta. Seguro que ganará.
Un abrazo.
anónimo de Barcelona
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